Rick Ankiel hace una pausa, piensa su respuesta, emite un suspiro y entonces comparte su opinión.
“Ambos roles tienen sus retos”, reflexiona al otro lado del teléfono al consultarle qué fue más difícil entre lanzar y batear. “No puedo decir que uno es más complicado que el otro. Ser jardinero es difícil para el cuerpo, demanda más físicamente. En cambio, ser pitcher necesita de mucho mentalmente porque tienes el reto de abrir un solo juego por semana. No hay nada sencillo en este oficio”.
En las Grandes Ligas abundan los casos en los cuales jugadores de posición son convertidos a lanzadores. Lo consultamos con Tony LaRussa, le preguntamos a varios cazatalentos con un amplio recorrido y todos estuvieron de acuerdo con aquella premisa.
“Algunas veces miras a un pelotero que no puede batear pero tiene un buen brazo y puede ser pitcher”, dijo el antiguo ejecutivo de los Diamondbacks de Arizona, quien fue mánager de Ankiel cuando ambos estuvieron en el elenco alado. “Pero pocas veces hay un pitcher que empieza a batear”.
Fuimos a Internet y en un momento rescatamos varios nombres que apoyan esa teoría que defiende el miembro del Salón de la Fama y los cazatalentos que consultamos.
Hace poco quedamos impresionados con la historia de Junior Guerra, cuya carrera empezó en la receptoría con los Bravos de Atlanta. Sucedió con Rafael Betancourt, brillante relevista cuyo sueño, cuando saltó al profesional, era ser un parador en corto, tal vez como Omar Vizquel o David Concepción.
Y como ellos está Kenley Jansen, quien acaba de pactar con los Dodgers por $80 millones, pero un día fue el receptor de Clayton Kershaw, hoy su colega.
También ocurrió con Pedro Strop, Joe Nathan, Jason Motte y hasta Sean Doolittle, solo por citar un puñado de pitchers que se lucen o, al menos, lo hicieron hasta hace relativamente poco en un rol completamente distinto al que tenían cuando fueron descubiertos.
Pero los casos como Ankiel son muy pocos, realmente escasos.
El zurdo llegó a ser considerado el mejor prospecto por Baseball América en el 2000. En ese momento iba a su primer campeonato completo con el equipo grande de San Luis. En esa justa lanzó 175 entradas, ponchó a 195 oponentes y dejó efectividad de 3.50, lo cual le permitió adjudicarse el segundo lugar en la votación a Novato del Año, solo detrás de Rafael Furcal.
Repentinamente, éste perdió su capacidad para lanzar strikes. Un hecho que empezó a notarse a finales de su primera zafra completa en Las Mayores. Mientras lanzaba en la postemporada frente a los Bravos y los San Luis. Entonces se apreció su falta de control para hacer los lanzamientos en la zona de strike y, en cambio, tiraba envíos constantemente descontrolados.
“Fue algo mental”, reconoce. “Es algo difícil de explicar, necesitaría reunirme contigo como horas para explicarte en lugar de una entrevista de diez minutos”.
Algunos tendrán fresca la imagen de Carlos Hernández, cuando militaba con los pájaros rojos, tratando de sortear el descontrol de Ankiel, quien en un episodio de un encuentro de playoffs tiró cinco wild pitches con el venezolano detrás del plato, haciendo de todo para evitar que los corredores de Atlanta sacaran provecho de aquello.
“Las cosas no estaban saliendo como estaban planeadas”, explica el estadounidense. “No podía lanzar strikes por los problemas de control que estaba teniendo. Era demasiado para mí y no quería forzar cinco o diez años de carrera teniendo una vida que no deseaba. De allí decidí que era momento de hacer un cambio, ya sea dentro del béisbol o fuera de él”.
Aquella situación fue empeorando hasta que le practicaron la cirugía Tommy John en 2003. A partir de allí su control fue mejorando, a tal punto que pasó de conceder 49 bases por bolas en 54.1 innings lanzados, antes de pasar por el quirófano, a tres boletos en 33 episodios recorridos en la zafra posterior a su operación.
Pero lograr eso le estaba costando un enorme esfuerzo.
“Llegó un momento en el cual mi relación con mi familia, mis amigos y mis compañeros estaba cambiando porque no estaba siendo el jugador y la persona divertida que solía ser”, alega. “Desde el momento en qué me despertaba hasta que me iba a dormir estaba enfocado en un montón de ejercicios mentales para lograr tirar strikes”.
El siniestro viajó en 2004 a Puerto Rico para jugar en la liga invernal, allí participó en el equipo de Yadier Molina, quien también era su compañero en Estados Unidos. Le fue bastante bien, al menos en cuanto a su desempeño, porque igual seguía enfocándose bastante para lograr un buen resultado y aquello no le estaba divirtiendo.
Después de esa experiencia comenzaron los pensamientos de que un cambio era necesario.
“Probablemente era algo que empezaba a surgir en mi mente pero una cosa es pensarlo y otra hacerlo”, admite. “Unas dos semanas antes de hacer el anuncio llegaba a mi casa y solo quería tener mi vida de regreso. Quería ser el hombre que había sido y no el que estuviera enfocado en lanzar strikes. Eran dos personas completamente diferentes”.
El 9 de marzo de 2005, el ex grandeliga caminó a la oficina de LaRussa, le comentó su decisión sobre su retiro y se marchó a su casa. Lo que pasó luego definió su trayectoria. Un giro de 180 grados en apenas un par de horas.
Transcurrió un rato y recibió una llamada de su agente, Scott Boras, y éste le consultó si estaba listo para jugar.
“Yo le pregunté, ¿Jugar qué?”, rememora. “Él me dijo que pensaba que podía ser outfielder en las Grandes Ligas y yo le dije que tenía que pensarlo, recién me había retirado y era mucha información para procesar. Pasé un par de horas pensando en eso. Me imaginaba cómo sería, el trabajo que tomaría, como se sentiría y llegué a la conclusión de que sí, si lo haría”.
Entonces llamó de vuelta a su representante, le dijo que estaba de acuerdo con la idea, éste se comunicó con la organización, quienes le dieron un espaldarazo.
“Cuando vi a Tony La Russa al día siguiente, nos reímos porque fueron cuatro años trabajando para tratar de solventar los problemas de control”, confiesa. “Cuando tienes esos inconvenientes todos tus compañeros, tu mánager, etc atraviesan esos problemas contigo. Fue algo duro para mí pero también para ellos porque uno se preocupa por los seres queridos. Creo que al final fue un alivio y una tranquilidad intentar algo distinto y ellos querían verme feliz”.
A Ankiel le tomó dos años volver al equipo grande tras convertirse a jardinero, incluyendo una temporada en la que no tuvo actividad alguna porque sufrió una lesión mientras ejecutaba una jugada defensiva.
“Así fue como terminé en el outfield”, recapitula. “Después de eso trabajé fuerte, llegar temprano, salir tarde del estadio, hice tanto trabajo como pude, mis manos sangraban, mi espalda me dolía y mis rodillas estaban lastimadas pero seguí tan duro como pude. Una vez tomé esa decisión me enfoqué solo en hacer carrera como patrullero”.
En su primer partido, cuando regresó a las Grandes Ligas, después de fallar en sus primeros tres turnos, conectó su primer jonrón, como jugador a tiempo completo, en ese nivel. Ya había disparado dos en el 2000, cuando era pitcher, lo que ya daba indicios de alguna presencia de poder. Inclusive, cuando militaba en la liga de novatos dio veinte bambinazos en dos campañas allí.
“Sí, yo hice eso”, se ríe. “Fue divertido”.
Cuando tomó la decisión de convertirse a jardinero ese poder explotó inmediatamente. Descargó 21 vuelacercas en 2005, entre clase A y Doble A. En 2006 no jugó por la lesión que sufrió y, en 2007, cuando fue ascendido nuevamente a la Gran Carpa, llevaba 32 jonrones al momento de su promoción.
“No me impresionó”, admite. “Yo sentía que tenía poder pero mi mayor reto era aprender como batear todos los días. Aprender a batear para promedio porque los lanzadores muestran todo su arsenal para tratar de sacarte out. Yo sentía que el poder estaba ahí pero debía tratar de conseguir la mecánica adecuada para ser exitoso en la actividad cotidiana”.
Antes de pasar por cinco equipos en tres años su transición cumplió una etapa exitosa. Mientras estuvo con San Luis ligó 47 jonrones y fletó 148 carreras en 289 juegos. En ese recorrido dejó un OPS, la suma del slugging con el porcentaje de embasados, de .780. Nada mal para quien se suponía que debía brillar desde el montículo no desde la caja de bateo.
De allí que conozca el sacrificio que ambos roles requieren y es uno de los pocos que han hecho semejante conversión, como alguna vez le pasara a Stan Musial, a Oscar Azócar y a otros pocos.
“La vida es lo que tu quieras hacer», piensa de nuevo. “Puedes hacerla divertida o miserable. Obviamente, hay factores que no puedes controlar pero la forma como responder a esas circunstancias es lo que te define como persona. Yo no veía los próximos cinco, diez años o lo que fuera, pasando el tiempo haciendo lo que estaba haciendo para lanzar strikes. No era sano ni divertido”.
Fotos: St. Louis Cardinals y Washington Nationals en Twitter